De Chirico - Montale

Piazza -
Spesso il male di vivere ho incontrato
era il rivo strozzato che gorgoglia,
era l'incartocciarsi della foglia
riarsa, era il cavallo stramazzato.

Bene non seppi, fuori del prodigio
che schiude la divina Indifferenza:
era la statua nella sonnolenza
del meriggio, e la nuvola, e il falco alto levato.

[da Ossi di seppia, 1925]

A menudo la pena de vivir he encontrado:
era el río que bulle en la estrechura,
era el enroscarse de la hoja
reseca, era el caballo reventado.

No conocí más bienes que el prodigio
que encierra la divina Indiferencia:
era la estatua en la somnolencia de la siesta,
y la nube, y el detenido halcón en las alturas. 

/nobel_prizes discorso/montale

2 commenti:

  1. Avrei voluto sentirmi scabro ed essenziale
    siccome i ciottoli che tu volvi,
    mangiati dalla salsedine;
    scheggia fuori del tempo, testimone
    di una volontà fredda che non passa.

    Altro fui: uomo intento che riguarda
    in sé, in altrui, il bollore
    della vita fugace — uomo che tarda
    all’atto, che nessuno, poi, distrugge.

    Volli cercare il male
    che tarla il mondo, la piccola stortura
    d’una leva che arresta
    l’ordigno universale; e tutti vidi
    gli eventi del minuto
    come pronti a disgiungersi in un crollo.

    Seguìto il solco d’un sentiero m’ebbi
    l’opposto in cuore, col suo invito; e forse
    m’occorreva il coltello che recide,
    la mente che decide e si determina.

    Altri libri occorrevano
    a me, non la tua pagina rombante.
    Ma nulla so rimpiangere: tu sciogli
    ancora i groppi interni col tuo canto.
    Il tuo delirio sale agli astri ormai. Montale

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  2. ¡Ah, ser escueto y esencial
    como las guijas que volteas,
    comidas por la sal y el yodo,
    astilla fuera del tiempo, testigo
    de una fría voluntad que no pasa!
    Pero fui un hombre que contempla absorto
    en sí mismo y en los otros
    el hervor de la vida fugaz
    —hombre tardío en sus actos, que nadie, después, destruye.
    Quise encontrar el mal
    que mina el mundo, la leve torcedura
    de una palanca que detiene
    el artefacto universal
    y vi todos los hechos del minuto
    listos a colapsarse en un derrumbe.
    Seguido el trazo de un sendero tuve
    otro en el corazón que me llamaba.
    Tal vez necesitaba el tajo del cuchillo,
    la mente que decide y labra su camino.
    Otros libros me hacían falta
    y no tu atronadora página.
    Pero no guardo ya remordimientos:
    tú todavía derrites
    los nudos más ocultos con tu canto
    y tu delirio alcanza ya los astros. Montale

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